Las monjas que crearon las prendas para los esqueletos eran muy hábiles y expertas. Adornaron los huesos con piedras preciosas y talladas, cubriéndolos de oro y diamantes desde el cráneo hasta el metatarsiano. Los esqueletos recibieron nombres en latín y sus decoraciones variaban pero a menudo eran elaboradas. Los esqueletos estaban vestidos con túnicas de terciopelo y seda bordadas con hilo de oro, e incluso provistos de armaduras de placas de plata en algunos casos. Las creaciones resultantes fueron, sin duda, símbolos de prestigio.
Sin embargo, la Ilustración trajo consigo un cambio de actitud hacia el despliegue ostentoso de la riqueza y el lujo. Las costosas y elaboradas decoraciones de los santos de las catacumbas se consideraban una fuente de humillación y se escondían o destruían. Como resultado, quedan pocos de los santos de las catacumbas originales, y solo alrededor del diez por ciento sobrevive hasta el día de hoy.
Es intrigante contemplar qué huesos estaban adornados de una manera tan lujosa. Se desconocen las identidades de los mártires cuyos restos fueron vendidos y es posible que no hayan sido santos reales. El hecho de que sus huesos se usaran como reemplazo de las reliquias perdidas habla de la importancia de los restos físicos en la práctica religiosa y de los esfuerzos que hace la gente para obtenerlos.
En general, la historia de los santos de las catacumbas en el norte de Europa es curiosa y refleja la crisis de fe y el deseo de un materialismo decorativo en la práctica del culto. Si bien el destino de los santos de las catacumbas es algo trágico, su creación y decoración permiten vislumbrar las actitudes y creencias de la época.